Cajas de diferentes tamaños y formas en las que, una y otra vez, empacamos nuestras ideas mientras creemos que estamos siendo realmente novedosos, cuando en realidad nos estamos condicionando.
Cuando llega el momento de hablar de creatividad, son varias las cosas que oímos. Desde las teorías de pensamiento lateral, de pensamiento o razonamiento circular, pasando por el término disrupción, hasta la posibilidad de lograr asociaciones entre realidades de una forma diferente. También nos hablan de la facultad de observación, de cómo las ideas realmente le pertenecen al mundo y solo es necesario prestar atención para encontrarlas. Nos dicen que esto se logra no solo con talento; también con dedicación, trabajo, esfuerzo y disciplina. Que es necesario entrenar la mente, de manera constante, para conseguirlo; y nada más cierto que eso. Vemos varios ejemplos de cómo la capacidad de pensamiento creativo de algunas personas, combinada con su pasión y entrega, las ha llevado a producir ideas extraordinarias. Una de las formas más comunes de resumir esta capacidad, que se convierte en una invitación para desarrollarla, es la de pensar fuera de la caja. Pero… ¿qué nos quieren decir con esto? Yo siempre lo entendí como un llamado a aplicar las teorías y metodologías mencionadas con anterioridad con el fin de eliminar los límites durante los procesos de pensamiento; evitando así las estructuras rígidas, la linealidad en la generación de ideas y permitiéndonos, de esta forma, generar soluciones diferentes a problemáticas determinadas. Una invitación a eludir los sesgos, ampliar la perspectiva y abrir el abanico de posibilidades creativas frente a la diversidad de retos a los que podemos enfrentarnos.
Pero, después de años de esfuerzo entrenando nuestra mente para adquirir estas capacidades y de miles de desafíos y procesos de pensamiento para afinarlas, insistimos en meter nuestra imaginación en cajas constantemente. Cajas de diferentes tamaños y formas en las que, una y otra vez, empacamos nuestras ideas mientras creemos que estamos siendo realmente novedosos, cuando en realidad nos estamos condicionando. Cada vez que nos presentan nuevos formatos, canales, medios o desarrollos tecnológicos, nos dejamos deslumbrar y empezamos a generar la creatividad en función de estas cajas pensando dentro de los límites establecidos, por lo que en realidad no es más que un recurso. Caemos de manera constante en esta práctica, ya que siempre nos venden nuevas cajas como grandes innovaciones, creándose la necesidad de hacer algo con ellas. Por momentos nos confundimos, perdemos el norte y la noción de lo que realmente es la creatividad y el concebir una idea. Muchos, por no decir todos, hemos caído en eso. Nos enfrascamos en la necesidad imperiosa de usar, como sea, estas “innovaciones” con el fin de estar a la vanguardia y demostrar que, tanto nosotros como nuestras ideas, están actualizadas. Pero… ¿esto en verdad depende exclusivamente de los medios que usemos? O, ¿tal vez dependa más de lo que hagamos con ellos para responder al mundo de hoy?
Nos enfrascamos en la necesidad imperiosa de usar, como sea, estas “innovaciones” con el fin de estar a la vanguardia y demostrar que, tanto nosotros como nuestras ideas, están actualizadas.
Esta dura realidad ha transformado muchas de las conversaciones creativas, los espacios y momentos de ideación, llevándonos a darle mayor protagonismo a los recursos y menor relevancia a la construcción de ideas. Cada vez hablamos menos de pensamiento para centrar nuestra atención en las herramientas. Ya poco nos importa el qué y el para qué; ahora pensamos directamente en el cómo, en dónde y cuándo. El fondo ha pasado a un segundo plano, en el mejor de los casos, para ubicarse en el centro del cuadro al modo. Con esto no quiero decir que la forma y el modo no tengan importancia al momento de volver realidad una idea. Es evidente que, sin vehículos ni ejecución, las ideas se quedarían sencillamente en nuestras cabezas, o en el aire; esperando a que alguien más, no sólo las tenga, sino que también las realice. Es necesario tangibilizar de alguna forma nuestro pensamiento y hacerlo de una manera impecable, para lo cual debemos conocer los recursos que tenemos a disposición y recordar que una misma herramienta puede tener varios tipos de usos.
Cada vez hablamos menos de pensamiento para centrar nuestra atención en las herramientas.
Por último, quiero dejar claro que mi intención con este texto no es restarle importancia a los discursos o conversaciones sobre medios, canales, formatos, diferentes recursos y nuevas tecnologías. Tampoco quiero decir que el conocimiento adquirido sobre estos no sea relevante para los procesos creativos y la generación de ideas. Y mucho menos pretendo demeritar la labor de aquellos que dedican sus vidas a la creación, desarrollo y comercialización de nuevas maneras de darle forma a las ideas; de plasmarlas, mostrarlas y potenciarlas. Lo que quiero es hacer una invitación a replantear el modo en el que, hoy muchos, estamos realizando los procesos creativos. A darle a cada uno de sus componentes el espacio que realmente tiene dentro de los mismos. Y a reencontrar el equilibrio entre lo que es una idea, un medio, un formato, un recurso y, por último, su ejecución. No olvidemos que los medios, como su nombre lo dice, son eso, medios, vehículos; que los formatos dan forma a nuestras ideas y que los recursos son herramientas puestas a nuestra disposición para llevar nuestra imaginación a la realidad. Recordemos que son estos los recursos que deben trabajar en función de las ideas y no al contrario.
Volvamos a pensar afuera de las cajas, para que al momento de usarlas, realmente marquemos una diferencia.