En la infancia, soñábamos futuros increíbles; en la adolescencia, modestos lujos; y, ahora, en la actualidad, ¿qué soñamos? ¿qué imaginamos? ¿qué crea nuestra creatividad?
Me gusta la publicidad. Me gusta tanto que me imagino campañas rarísimas, clientes únicos, presentaciones, speeches sin dudas o equivocaciones, imágenes, textos, formatos, eventos, premios, aplausos...imagino de todo. Y luego me despierto o dejo de garabatear en el cuaderno. Abro un documento o una presentación y comienzo de verdad.
Cuando trabajamos en el área de creatividad, sabemos que esa pequeña palabra lo es todo: eres lo suficientemente creativo como para… o no. Sí o no. Hay o no hay. Y casi siempre hay y si no, aparecen manitas extra para terminar de hacerlo.
La publicidad se basa en la creatividad, en el saber contar ideas, en empezar diciendo “imagina que…” y que todo el equipo se lo imagine, cada uno en su cabeza, con sus preconceptos e ideas. Esa idea, individual se vuelve grupal, se transforma en algo más grande y llega a manos de cliente.
Esa idea se crea, se escribe, se lee, se aprueba, se conceptualiza, se diseña, se graba, se edita, se mejora, se entrega, ¿verdad? Pero cuando estamos con el cliente, ¿cómo llevamos toda esta producción para ejemplificar algo que queremos? ¿Lo mostramos con referencias? ¿Lo actuamos en la reunión?
Quisiera decir que es así de fácil, pero, a veces, los clientes no imaginan. No, lo quieren hecho, con IA o fotografiado o grabado. Lo quieren ver. Y eso, para ellos, es lo que deberían recibir, porque para eso pagan… ¿verdad?
Partamos, desde ahí.
Creo que el cliente no siempre tiene la razón y, por eso mismo, es que nos busca, ¿no?
Creo también que la creatividad siempre estuvo, está y estará en nuestro campo y, por ello, creo que así nos parezca molesto, ‘escuelero’ o innecesario, tenemos que plantearle a los del otro lado del campo que la creatividad no es cosa de pocos o cosa de la niñez. Ni yo, ni tú, querido lector, ni las personas con las que trabajas son niños o niñas, ¿verdad?
Con el pasar de los años, me he topado con clientes que al primer atisbo de pensar diferente se cierran y piden el diseño. Y esto, más allá de una crítica, me plantea la necesidad de volverlos creativos también.
Día a día tenemos herramientas de inteligencia artificial que nos permiten optimizar procesos, concretar ideas, desechar otras. Día a día, sin importar nuestro cargo, buscamos inspiración, nos apoyamos entre todos, revisamos tendencias, nos reímos del contenido de redes sociales. Sabemos qué sí, qué no, qué es un de pronto…
Pero hay una barrera inmensa cuando esto se lo llevamos al cliente. Muchos solo quieren ver eso que le funciona al otro y cuando les pedimos que lo imaginen un poco diferente, no.
“Quiero verlo, no quiero imaginarlo”, “No puedo”, “No”
Si somos escuelas y talleres de creativos, ¿por qué no empezar a volver a activar en los clientes esa chispa de curiosidad y diversidad? ¿Por qué nos es tan difícil lograr que se atrevan a soñar junto a nosotros?
Todas las empresas empiezan siendo un gran sueño y terminan convirtiéndose en realidad. No quiero creer que eso solo era un discurso… Si esto realmente es así, ¿por qué no se atreven a soñar junto a sus publicistas de confianza para llevar las cosas a otro nivel?
Así como el mundo avanza a diario y desde nuestras áreas tenemos que ponernos al día, ¿qué tan imposible es pedirle a nuestros clientes que, junto a nuestro trabajo, también sean creativos por y para sus necesidades? La creatividad no es solo ‘un servicio’ que pagan, es una herramienta con la cual hacemos posible todo lo que necesitan, a veces, mucho más. Porque, al final del día, la publicidad no es solo vender. Es conectar, emocionar, transformar. Y para eso, se necesita imaginación.
Entonces… ¿qué sueñan o imaginan nuestros clientes cuando les presentamos creatividades? Quizás sea hora de preguntarles y, sobre todo, enseñarles a imaginar otra vez.



